Es indudable que la televisión argentina, al igual que la del resto del mundo, no es la misma que la de las últimas décadas. El tiempo pasa y con él se presentan los cambios, las evoluciones, las mutaciones, y hasta los retrocesos. Nunca nada queda igual. Nunca nada vuelve a ser lo de antes. Cualquiera diría que allí radica el éxito. En el cambio, en la sumatoria de elementos y en que la repetición por sí misma sería la clave del estancamiento y el fracaso.
Pero siempre hay excepciones. Excepciones de esas casi impensadas. Una de ellas tal vez sea Dulce Amor.
Esta novela estrenada el 23 de enero de 2012 esta escrita por Quique Estevanez, Marcelo Nacci y Laura Barneix. Dirigida por Mauro Scandolari y Hugo Alejandro Moser, irrumpió rápidamente, no sólo en las casas de los argentinos, sino también en los primeros puestos de las planillas de raiting. Con sorpresa para muchos, no solo compitió par a par con el ciclón de Showmatch, sino que en varias oportunidades superó los números de este imbatible de los últimos años.
La pregunta es: ¿Cómo una simple telenovela pensada para la tardes de Telefe pasó a ser uno de los programas más vistos del prime time (23 hs) argentino y apoyándose, además, en una de las formas más puras del género de la telenovela?
El argumento versa sobre la vida de las hermanas Bandi, dueñas de una fábrica de golosinas muy famosa. Ellas enfrentan uno de sus peores momentos. Victoria (Carina Zampini) está al frente de la empresa y es novia de Lorenzo (Segundo Cernadas), el hombre que no hace otra cosa que trabajar para que se caiga el imperio. Sin embargo, las vueltas de la vida hacen que Marcos (Sebastián Estevanez), un ex corredor de autos, se convierta en el chofer de esta mujer sin alegría. La llegada de este hombre a la familia cambiará el destino de las Bandi, en todos los niveles posibles, incluida Elena (María Valenzuela) madre de las hermanas.
Julián (Juan Darthés) es amigo del alma de Marcos, juntos dedican cada hora libre a preparar el auto de carreras que corre Marcos. Cuando el cierre imprevisto del taller en el que trabajan los deja en la calle, Julián sigue los pasos de Marcos y se convierte en chofer de la hermana de Victoria, Natacha (Calu Rivero) , una hermosa mujer quince años más joven, que lo volverá loco y generará varios problemas en su matrimonio con Gaby (Laura Novoa).
Los ingredientes son los convencionales del género y todos están presentes.
El melodrama es la característica principal de toda telenovela. Este es la exageración burda y tosca de los aspectos sentimentales y patéticos de los personajes, que a su vez están fuertemente divididos entre los moralmente buenos y los malos. Ya en los inicios de este formato esta división a sus vez generaba otra asociación, hoy ya establecida como obvia: los malos son los “ricos”, y los buenos los “pobres”. Estas simplificaciones de la realidad son prácticamente presencia obligada en toda novela que se precie de serlo, siempre y cuando estemos refiriéndonos al modelo clásico.
El secreto es otro de los grandes ingredientes. ¿Qué ocultan los personajes? ¿O mejor dicho que no ocultan? Ese secreto es el elemento generador de la acción. Conocerlo hace que los personajes actúen, que Victoria quiera conocer la verdad que ocultó durante años Elena, su madre. Y esa verdad tiene que ver con su padre, con su origen, con la búsqueda de la identidad. Esto último es el otro gran condimento de esta y de todas las telenovelas. Es esa búsqueda la que hará que conozca a Marcos y seguramente el acercarse a la verdad genera las confusiones propias que impedirán que ese gran amor no logre concretarse nunca…, por lo menos no hasta el último capítulo.
Estas no son novedades. La repetición temática y de recursos narrativos es lo que hace que gran parte del público minimice el género. Pero también es lo que logra capturar a los fieles y numerosos seguidores que lo consumen, en parte, por el placer de la repetición estética y temática propia de estos programas, que no hacen otra cosa que recuperar y actualizar las pasiones universales de los cuentos de las princesas ancestrales.
Si todo esto no es una novedad ¿Cuál es la novedad en este caso? Justamente esa: que la “no” novedad sea el éxito.
Desde mediados de la década del noventa la telenovela comenzó a sufrir cambios radicales, tanto en sus temáticas como en su estructura narrativa. La llegada de la neotelevisión trajo consigo la hibridación de todos los géneros televisivos e hizo lo propio con este. Ya no alcanzaba con el público femenino de la tarde. Había que ir por más. Conseguir y atrapar a otras audiencias y así poder recuperar más rápidamente y efectivamente los altos costos de producción que implicaba producir un ciclo de estas características. Los primeros ejemplos los brindó el clan del Boca con Celeste, Antonella, Celeste siempre Celeste, Perla negra y otros muchos éxitos, todos producidos por Raúl Lecuona en Sonotex. Al melodrama puro se le comenzó, tímidamente, a incorporar pasos de comedia. Siempre relacionados a personajes secundarios. Poco a poco fue creciendo hasta que la comedia se presenta ya incorporada a la estructura narrativa de esta nueva ficción hibridizada. La actualidad también se trasformó en eje temático de distintos ciclos. El Sida, la donación de órganos y hasta los desaparecidos se incluyeron dentro de los conflictos de las nuevas telenovelas.
La segunda, y muy importante, etapa de cambio e hibridación se plasmó con las producciones de Pol-K. Tal vez aquí el camino fue inverso, pero con la llegada a un mismo destino. A las comedias costumbristas de esta productora se les fue incorporando el melodrama y lo sentimental creando así un sello propio y un nuevo género, al que pocos podrían describir como telenovelas, pero que contienen grandes características de éstas. Gasoleros, Son Amores, Valientes y muchas otras son ejemplos de estos cruces que fueron la continuidad de esta contaminación genérica.
Los géneros cambian, y los públicos se adaptan a estos cambios. No solamente se adaptan, sino que comienzan a demandarlos. A las historias amorosas se les sumó el suspenso, el policial, la comedia en todas sus formas, y hasta el terror, aunque este último intento quedó trunco (Lobo, canal 13, 2012). Ya no sólo las amas de casa consumen la telenovela. Los adolescentes y los hombres son fieles seguidores de estos ciclos, muchos más de aquellos ubicados en el prime time de la grilla de programación.
Dulce Amor recuperó los valores propios de la casi olvidada telenovela clásica. Volvemos entonces a la pregunta inicial. ¿Cómo se transformó en un éxito? ¿Es su calidad artística y de realización el secreto? Seguramente no.
Su fidelidad por recuperar las características de las primeras telenovelas se presenta hasta en sus vicios. No son los rubros técnicos por los que se destaca. La escenografía es básica. No hay un planteo novedoso ni en lo estético/estilístico ni en lo dramático. Es decir, en la relación de los espacios con el drama, la acción, el conflicto. Está viciado de lugares comunes e inverosímiles. Un ejemplo de esto es la casa de Isabel (Georgina Barbarossa), la madre de Marcos. Se plantea como la típica vieja casa de barrio, con características propias de un conventillo sui generis. La pulcritud manifiesta el artificio, estética que podía perdonarse hace 20 años con las paredes realizadas con bastidores de madera, típicas de la televisión de los ochenta, pero que en pleno 2012 genera un distanciamiento con lo esperable.
La iluminación tampoco tiene un desarrollo ni estético, ni realista. Simplemente quita oscuridad a la imagen.
Los textos se tornan lentos y repetitivos. Es verdad que esta es una de las características de los guiones de este género. Se presentan de este modo para dilatar el avance de la acción y así sostener el conflicto principal y los derivados de éste, hasta el final del ciclo. La falta de conclusividad define, en parte, a estos programas, pero en este caso el recurso se agota en sí mismo y no encuentra formas artísticamente valiosas para disfrazar la repetición.
Por momentos parecería haber errores de casting. No se puede negar el talento de gran parte de los actores convocados para este ciclo. Pero algunos de ellos parecen no ser la mejor opción para encarnar algunos de sus personajes. O tal vez la falla, si es que la hubiere, está en la dirección. Entre las figuras destacadas de este elenco se pueden nombrar a María Valenzuela, Arturo Bonin, Jorge Sassi, Georgina Barbarossa, Laura Novoa y hasta la talentosa, pero dejada de lado, Graciela Pal. El personaje de Valenzuela, Elena, a priori parecería ser la clásica villana de las tiras. Pero este personaje se ve desdibujado ya que su roll no encuentra lugar dentro del drama. Es sólo la excusa del secreto que encierra la búsqueda de la identidad de Victoria. Sassi compone un tierno mayordomo fiel y devoto a la familia, pero sus amaneramientos rondan lo grotesco. Georgina Babarossa vuelve a mostrarse como la excelente comediante que es, pero su personaje no encuentra un lugar dentro del juego de los conflictos, además de presentarse como una ama de casa de barrio que de barrio sólo tiene el vestuario. Su imagen remite mas a una madre de clase media alta, personaje que encaro con excelencia artística en Ciega a citas, que a la cebadora de mates del barrio de la fábrica de golosinas.
Es normal y esperable en las telenovelas que los personajes secundarios y de reparto estén encarnados por grandes y talentosos artistas. No así los protagónicos que suelen dejarse en manos de las figuras del momento, muy convocantes, pero por lo general en crecimiento y desarrollo artístico, muchas veces aun no alcanzado.
Carina Zampini, a quien nadie puede negarle sus capacidades actorales, se sale del tipo aristocrático que pretende representar. Es de reconocer el desempeño de Darthes en su interpretación conservadora, pero efectiva y creíble de su personaje.
De esta manera excelentes actores no terminan de desarrollar la verosimilitud de sus personajes y la trama adopta ciertas caracterizas kirchs que no convencen desde lo artístico.
Hombres, mujeres, adolescentes y niños se exponen todas las noches a este nuevo fenómeno digno de análisis. Es un programa en el que confluye el fanatismo de los ciclos que se transforman en objeto de culto y la aceptación de las grandes masas que lo convierte en uno de los programas de más alto raiting del prime time argentino.
Como contara la vieja frase: para los fracasos sobran las explicaciones, los éxitos siempre son un misterio.
Por Alfredo Solari