La fábrica de ilusiones... o de decepciones


En estos días, el productor Carlos Rottemberg difundió públicamente una carta en la cual hace una reflexión sobre la televisión actual, cómo se siente como espectador y a la vez como ciudadano frente a los mensajes que emite la pantalla chica. En la misma, insta a no promover la violencia y a que los canales usuarios de frecuencias del Estado tomen responsabilidad sobre el tema.

Coincidentemente, también hace pocos días, nos enteramos de una noticia que conmociona Perú. El valor de la verdad es un programa de televisión que se emite actualmente en la televisión local, en el cual un participante se expone a un conductor que le hace preguntas sobre su vida privada. Quien juega debe responder con la verdad 21 preguntas, si lo logra, le permite llevarse una cantidad importante de dinero. Pero previamente, el participante pasa por un detector de mentiras que le hace 50 preguntas, y ésta es la herramienta por la cual posteriormente se sabe la veracidad de sus respuestas al aire. Por supuesto, estas respuestas no sólo las responde frente a la cámara, sino también frente a amigos, familiares y parejas que están también presentes en el estudio.

La primera participante del programa, una chica de 19 años de un origen humilde y de pocos recursos, se sentaba en el mes de julio frente a un conductor que le hizo más o menos las siguientes preguntas: “¿Es verdad que nunca trabajaste en un call center? ¿Es cierto que en realidad trabajabas en un night club y cobrabas por tener sexo? ¿Es verdad que estás con tu pareja hasta que llegue alguien mejor a tu vida?”. Ella respondió afirmativamente frente a su familia presente en el estudio, que la observaba con mucha decepción; y su novio, que se agarraba la cabeza. Posteriormente, ella se arrodilló y le pidió disculpas a su familia frente a la cámara. Todos lloraban. Todo un espectáculo televisivo.

Hace algunas semanas, se conoció la noticia de que esta misma chica estaba desaparecida. Y en los últimos días se supo de una tragedia que sacude a la opinión pública de ese país: La chica fue asesinada y enterrada por su novio. Por supuesto, el debate mediático obligado comenzó a hacer referencia a si la participación de la chica en el show televisivo había tenido que ver con esta desgracia, y en la decisión de él de asesinarla.

Golpear y matar por supuesto que es violencia. Pero insultar, agredir, faltar el respeto, exponer la vida privada de otros; también lo son. Forman parte de un mismo camino que si se recorre llega a finales extremos, tal como sucedió en este caso en Perú.

En la televisión nos acostumbramos a ver y entretenernos con la violencia como parte de la vida cotidiana. Cuando vemos una discusión al aire, cuando una madre dice delante de su hijo que el padre es “una enfermedad”, cuando una mujer llama “prostituta” a otra frente a cámara, tratar problemáticas y enfermedades como si fueran parte de la temática de un circo, exponer videos privados de la vida sexual de otros y que recorra todos los canales; son todas acciones que resaltan lo peor de la condición de las personas. Y hay una línea muy fina que separa al entretenimiento de la miseria humana. Es preocupante que esa miseria se transforme en el entretenimiento diario de millones de personas. Porque el problema no está en lo que se hable o se trate, sino en el mensaje final que se está dando. Es una justificación simplista decir que es “lo que el público elige y hay que respetarlo”. De esa forma se está hablando de la consecuencia y no del problema. Si uno va por la calle y ve una pelea, es muy probable que nos detengamos a saber cómo termina. La audiencia elige, es cierto. Pero la gente también se divertía viendo a leones comiéndose a cristianos en un circo en la época del imperio romano. Era la forma de entretenimiento de la época. Las empresas también deciden qué ofrecer.

La televisión y el cine desde sus inicios vendieron ilusiones y fantasías, y aun lo siguen haciendo. No es casualidad que se los llamaba “La fábrica de ilusiones”. Así lo entendió siempre la Walt Disney Company, que genera contenidos para todos los públicos y edades. Desde familiares hasta películas y shows para públicos más adultos. Sin embargo, a pesar de que puedan tener errores, tienen una conciencia muy clara de los temas que tratan y en el mensaje que dan en sus producciones. Entienden que entretener es sinónimo de hacer soñar. Y la Walt Disney Company es la corporación de entretenimiento más grande del mundo. Ellos eligen qué contenidos le dan a su público, y éste lo sigue eligiendo.

En el caso de la televisión por aire, el simple hecho de que es gratis y está en el “aire” hace que se meta en todos los hogares sin excepción y con alcance nacional. Hace que millones de personas con pocos recursos o en ciudades muy pobres del interior la tengan como único entretenimiento al que pueden acceder. Quizás permite que mucha gente pueda olvidarse de sus problemas diarios viendo una hora de televisión que le permita soñar.

Entretener es un negocio, pero es también un servicio. Promover el mal y la miseria sólo daña la ilusión, la vida de muchas personas, y hasta a una sociedad. Como reza el título de esta nota, cuando se bordean los extremos la conocida “fábrica de ilusiones” puede ser también de generadora de decepciones.

Por Juan Pablo Martínez Kolodziej

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