En sus 35 años de experiencia como periodista, Pablo Sirvén se ha especializado en temas como el poder y su relación con los medios y el fenómeno de la televisión en la sociedad. Actualmente se desempeña como Secretario de Redacción en el diario La Nación y los domingos dedica una columna al espectáculo en el mismo medio.
La televisión abierta argentina ha sufrido un importante deterioro en las últimas décadas. Un gran porcentaje de la grilla de programación está saturada de programas vacíos de contenido original. Abundan los programas de chimentos y de archivo, que tienen como único objetivo realizar una especie de “remasticado” de otras transmisiones.
Pablo Sirvén es un gran crítico de la monotonía y el desgaste de la televisión por aire. A lo largo de su carrera y en los siete libros que publicó, se ha dedicado a analizar el extraño fenómeno de la TV argentina.
— ¿Qué opina de Canal 7?
— Canal 7 tuvo por muchos años un vaciamiento de pantalla. Me parece que a partir de 2005 empezaron a buscarle un perfil al canal, cierta identidad interesante y alternativa a los canales comerciales. Creo que eso se empezó a perder a partir del inicio de Fútbol para Todos, que desplazó a gran parte de esta programación. Por otro lado, a partir del ingreso de Tristán Bauer al frente de la titularidad del sistema de medios públicos, la programación periodística se volvió más militante a través de los noticieros y, particularmente, a través de 6,7,8.
— ¿La TV lava cerebros?
— Creo que ése es un concepto de décadas pasadas. Hoy estamos en un mundo mucho más complejo, en el que hay una interrelación más intensa entre distintos medios de comunicación. La televisión se ha vuelto menos absorbente, porque existe Internet. La pantalla ya no es sólo para ver televisión, por eso su influencia es más relativa a la que tenía antes.
Sí tiene posibilidades de influir en la gente y de adiestrar para ver las cosas desde un determinado punto de vista, con un determinado ritmo. No lava cerebros, más bien educa, en el sentido amplio; no necesariamente educa bien.
— ¿Qué importancia tiene alguien como Tinelli en la vida de los argentinos?
— Todo el mundo lo ve, ya sea para entretenerse o criticarlo. Es una forma de evasión para la sociedad, de entretenimiento. Es una especie de espejo en el que la gente se ve identificada. Nadie ha logrado mantener tal grado de éxito a lo largo de tantos años como él; evidentemente hay una clara compatibilidad entre lo que hace y lo que es el argentino. Hace un show entretenido y bien producido, pero incurre en abusos innecesarios, en dobles sentidos o cosas burdas que no son necesarias y ahí para mi gusto se malogra.
— La gente suele reclamar más contenido cultural, sin embargo los programas de chimentos, de archivo y Tinelli cada vez tienen más rating…
— Aquí se ve el típico doble discurso argentino: por un lado, se lo critica; pero por otro, no se lo puede dejar de ver. Un programa como el de Tinelli es multitarget, multiedad… no queda nadie afuera. Yo creo que Tinelli es como una suerte de presidente informal del entretenimiento, de la evasión televisiva. Te guste o no, querés saber qué dijo, qué no dijo y cómo repercutió lo que hizo o dejó de hacer. Lo que él dice tiene influencia en la gente.
— ¿Elegimos lo que vemos?
— Como la televisión abierta es gratuita, uno se expone a ver cosas que no vería, por ejemplo, en el teatro o el cine, porque ya el hecho de tener que pagar una entrada hace que uno sea mucho más estricto en la selección y más crítico con lo que consume. La TV entra a la casa sin pedir permiso y deja a la persona expuesta a todo tipo de contenidos.
— La Argentina es uno de los más grandes exportadores de contenidos de alta calidad. ¿Por qué esto no se ve reflejado en su televisión por aire?
— Esa es una de las grandes contradicciones nuestras, porque puertas adentro tenemos una televisión a veces áspera, escandalosa, chabacana… Asombra que se trate del mismo país que se sienta a la mesa de los grandes en cuanto a la venta de formatos al exterior. Esto quiere decir que no nos falta talento para hacer buena TV. Es un gran país con muchísimas potencialidades que a veces se frustran de la manera más sorprendente. Eso es lo que está pasando con la TV abierta.
— ¿Cuál es el mayor problema de la TV abierta?
— El mayor problema se puede sintetizar en una sola palabra: diversidad. La televisión por aire en la Argentina carece de diversidad, su agenda se ha ido achicando dramáticamente en el transcurso de los años. Por lógica de la profundización de la democracia, la sociedad año a año encuentra mayores zonas de libertad y de apertura hacia temas que en otro momento hubieran sido inconcebibles. En cambio, la TV argentina, en vez de abrirse en ese sentido, va achicándose a una cosa que tiene que ver con el chimento. Se muerde la cola a sí misma cuando hace un relevamiento minuto a minuto de las propias transmisiones. Ésta sería la columna vertebral de la TV por aire y eso hace que sea muy monótona y carente de colores, de matices, de valor agregado. El resultado es un menú muy pobre.
— ¿Cuál sería una posible solución para mejorar la calidad televisiva en la Argentina?
— La solución sería que los propios dueños de los canales se sienten alrededor de una mesa y acuerden unas pocas pautas para saber hasta dónde se puede llegar. Sería un compromiso que tiene que ver con bajar la cantidad de repeticiones y hacer un esfuerzo real por tener programas de distinto tipo. También sería importante respetar el horario de protección al menor, sin ponerse en un lugar de censura, pero sí evitar excesos antes de las 10 de la noche. El público también debería involucrarse más, ser más coherente con lo que pide y no desmentirlo después con el dedo ingobernable del control remoto.
— ¿Cuál es el rol de la TV? ¿La televisión argentina lo cumple?
— El trípode de las funciones de la TV es entretener, informar y educar, en ese orden. Educar se ha convertido en la Cenicienta de estos tres poderes y la aparición del cable hizo que la TV abierta se desentendiera aún más de ese rol. Si entretiene e informa con originalidad y con inteligencia, realiza un aporte a la formación de la gente, a ampliarle sus horizontes, a contribuir con una mejor sociabilización… Si se logra esto, la cultura de alguna manera está incluida.
— Este año la TV cumple 60 años, ¿hay algo para festejar hoy en día?
— Pasa algo parecido a lo que se decía en el Bicentenario acerca de si había algo que festejar… y desde luego que sí. Más allá de los dramas y las tragedias que hemos pasado, se celebra el Bicentenario como también se puede hacer con los 60 años de la TV argentina. Tiene muchos talentos, tanto delante como detrás de cámara, y un enorme potencial que se expresa menos de lo que estaría en condiciones de hacer. Se puede festejar por la memoria de los programas y de las figuras que han pasado a lo largo de las décadas y por lo que vendrá, toda esa potencialidad. Todo esto es suficiente excusa como para festejar.
Por Yasmin Reddig
No hay comentarios:
Publicar un comentario