El Puntero



Una ficción política en un año electoral. Un canal opositor y un título polémico. De antemano, El Puntero generaba, desde su forma, una gran expectativa. El formato serie -- a pesar de que la productora y el canal la presenten como un unitario -, opuesto al de telenovela diaria, invitaba a la coherencia; actores prestigiosos que elevaban la media habitual televisiva; una producción comúnmente asociada a la calidad técnica. Pero la novedad era la temática, sin antecedentes en Argentina y con algunos logros en países como Estados Unidos e Inglaterra.

La ansiedad por ver si la historia trataba sobre un personaje real obligó a los actores a realzar la fórmula “ficción televisiva” por sobre el contenido político. Sobre todo por tratarse de una producción de Canal 13, del Grupo Clarín, en medio de su enfrentamiento con el Gobierno. De todos modos, el marco es la política; es el tema en cuestión, lo que une las historias, las acciones y las reflexiones.

La historia se centra en “El Gitano” Perotti (Julio Chávez) que vive y respira militancia. Como sistema solar en el guión, El Puntero maneja los hilos. El resto es tangente: cada uno con su historia personal, pero que responde a los estímulos de Perotti. Por eso, más allá del esfuerzo de la producción por distanciarse de una realidad política, la conexión es ineludible.

En el plano político, la serie se suma a los estereotipos ya concebidos en los medios de comunicación. Humaniza la política, puesto que retrata la vida de estos personajes fuera de su práctica, pero no en la acción política misma, donde todo se hace desde una lógica mercenaria y caciquista, demasiado simplista. Se sirve del marco político –y del contexto del país- hasta donde le conviene. Interpela el mundo real con llamadas como referencias al “Turco” o a “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano, para recrear el ambiente. Luego, compensa la falta de profundización política con grandes actuaciones y un guión ágil y de gran producción técnica.

El Gitano es un puntero político que maneja las voluntades de un barrio marginal, que organiza las bases y opera como líder de una fuerza de choque que comercializa a discreción. Como referente de la política informal, hace negocios con la política formal: la Intendencia de lo que podría ser un pequeño pueblo del Conurbano bonaerense. Atiende las necesidades más elementales de los que viven en su barrio. Ahí consigue adherentes a base de confianza y construye poder para reclamar a los políticos.

La figura del puntero político no es nueva en Argentina. Data de la época pos-rosista, por lo menos, cuando los partidos comienzan a necesitar la ayuda de estos personajes para traer votos del interior del país que los mismos políticos no pueden conseguir. Forma parte de los partidos de masas desde fines del siglo XIX. Es actor fundamental de la real politik, resistido en el ideal de un país y las bases de la democracia, pero parte de nuestro lenguaje cotidiano.

La serie no busca retratar la realidad de los punteros políticos, sino tomar ese marco impactante para crear una ficción, género muchas veces elegido para tomar una postura respecto de un tema complejo y permitirse digresiones bajo cierto amparo. Quizás, el mayor hallazgo sea plantear la relación política informal vs. política formal desde la óptica de un puntero. Dentro de ese vínculo, la ficción logra una trama entretenida que tiene más valor como disparador para un debate que como estudio sociológico.

Por Tomás Martini

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